Longines "Red 12" de transición

El reloj de pulsera, un invento del siglo XX




Aunque el reloj de pulsera existe desde el siglo XVI, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando las ventas de relojes de pulsera superaron a las de los relojes de bolsillo.
Con anterioridad, los relojes de pulsera eran considerados un complemento exclusivamente femenino y ningún hombre estaba dispuesto a usarlos, tendencia que no cambió hasta el segundo cuarto del siglo XX.


El nacimiento del reloj de pulsera se vio impulsado por cambios en las costumbres sociales, como por ejemplo la práctica de deportes o actividades que necesitaban tener las dos manos libres a la hora de consultar el reloj (el montañismo, ciclismo, conducción de vehículos, profesiones médicas...) pero fue fundamentalmente la Primera Guerra Mundial (1914/1918) el acontecimiento histórico que despegó el reloj de pulsera de las muñecas femeninas y lo llevó a las de los soldados en el frente.

La guerra de trincheras y la necesidad de sincronizar la artillería, seguida del avance de la infantería, convirtió al reloj en una herramienta insustituible y un reloj de pulsera que permitía consultar la hora de un vistazo sin tener que soltar la bayoneta era mucho más útil.
Terminada la guerra, el reloj de pulsera había adquirido un halo de herramienta de combate, lo que permitió que pudiera ser utilizado por los hombres sin que su masculinidad se viera afectada. 

El paso del reloj de bolsillo al de pulsera pasó por diferentes fases en las que convivieron ambos tipos junto con soluciones intermedias o de transición como la pieza que nos ocupa.

Longines 12.92 del año 1905


Se trata de un Longines tipo saboneta en caja de oro de 18 quilates, esfera de porcelana, agujas tipo Breguet azuladas a fuego, que lleva en su interior un movimiento de 12 líneas fabricado en 1905. 
El reloj se facturó a la compañía J.G. Girod el 13 de junio de 1919, por aquel entones, el agente de Longines para España. En esa época el concepto "just in time" era desconocido y era habitual que los movimientos permanecieran por largos periodos almacenados en espera de un aumento de la demanda. Eso explicaría el lapso de tres lustros entre la fabricación del movimiento y la producción y venta del reloj completo.


Girod llegó a tener una importante fábrica de relojes en Madrid, concesionarios en Barcelona y San Sebastián e incluso sede en Suiza. Además de vender relojes completos abastecía de piezas, fornituras, herramientas y mobiliario a relojerías y talleres de todo el país.

El reloj en conjunto  pregona a los cuatro vientos su carácter de pieza de transición y conserva mezclados elementos de pulsera y de bolsillo. 

En primer lugar, como se puede ver en la primera imagen, la caja de bisagra es la típica de un reloj de bolsillo y está dividida en cuatro partes: bisel, carrura, guardapolvo y tapa. Los elementos innovadores son la adición de las asas y la supresión del "pendant" o argolla donde se engancharía la cadena del reloj de bolsillo.


En la tapa se puede ver el símbolo suizo para el oro macizo de 18 quilates además de numerosas inscripciones fruto de una costumbre de los relojeros reparadores que pervive hasta nuestros días. Esta práctica tan extendida consiste en grabar en la tapa del reloj la fecha de la revisión o el trabajo realizado para usarlo como libro de taller en futuras revisiones. En cualquier caso son indicativas de que el reloj tuvo un trato cuidadoso y que su propietario lo sometía a revisiones bien como consecuencia de alguna avería o de forma preventiva.

Otro elemento muy característico de los primeros relojes de pulsera es el 12 pintado de rojo o azul. La razón es que normalmente los relojes de bolsillo sin tapa o "lepiné" llevaban la corona sobre el número 12 y al cambiarla a la posición de las 3 daba lugar a confusión y dificultaba una lectura rápida e intuitiva de la hora. 
Pintando el 12 de un color contrastado se atraía la mirada sobre él por lo que, en este caso, el color no es un recurso estético si no práctico.

Revisión y puesta a punto

El reloj no funciona, aunque parece completo, y a simple vista se puede observar que el cristal de plexiglas está suelto, la aguja horaria torcida, la de minutos fuera de su eje y los pasadores desgastados e irrecuperables.
Probablemente la corona, el cristal y la pequeña aguja de los segundos no son originales, pero eso no resta interés a la pieza. También dispone de un brazalete extensible de la misma época que, además de encontrarse en mal estado, posiblemente no sea el original ya que este tipo de piezas solían llevar brazaletes de oro macizo.


El movimiento, en buen estado, muestra detalles de gran calidad con unos acabados destacables, aunque presenta los típicos problemas de un reloj de más de 100 años. 
Nada que no se pueda resolver con un desmontaje integral, limpieza y lubricación.


La imagen anterior, que muestra el eje del pequeño segundero situado a las 6, ilustra perfectamente cómo la necesidad de una limpieza no es sólo un aspecto cosmético. La acumulación de residuos en las partes móviles se une a la grasa de los cojinetes formando una maraña que se solidifica y hace imposible el funcionamiento.


 Otro problema típico de los relojes antiguos es la fatiga de los materiales por el paso del tiempo. La imagen anterior muestra el tambor de la cuerda con el muelle que hace de motor del reloj cuando se le da cuerda para que funcione.


Al sacarlo de su alojamiento el muelle debería adoptar la forma de una S muy abierta extendiendo su tamaño hasta los 10 o 12 centímetros de longitud pero, tras más de 100 años comprimido en el interior del cubo, apenas llega a 3 centímetros.
Si, como en este caso, no es factible encontrar un repuesto se puede "obligar" al muelle a recuperar su forma original con mucho cuidado porque está hecho de acero templado y puede llegar a partirse.


Otro problema típico de los relojes antiguos es el de la "cuadratura floja", que se manifiesta porque el reloj funciona bien pero atrasa mucho. La razón es que hay un problema en los ejes donde van alojadas las agujas que hacen que, aunque la máquina funcione bien, la fuerza no se transmita a las agujas. Algo similar a lo que sucede en un coche cuando tiene un problema en el embrague y la fuerza del motor no se transmite a las ruedas.


Resueltos estos problemas menores, la revisión ha transcurrido sin sobresaltos y nos ha permitido disfrutar de los detalles de gran calidad del movimiento Longines, que en los años a los que nos referimos estaba muy por encima de Rolex y Omega, por citar algunos ejemplos.


La imagen anterior muestra como los rubíes del áncora entran en contacto con los dientes de la rueda de escape contando ambos puentes con contrapiedras.


Una imagen cercana de la rueda de escape sobre una moneda de diez céntimos constituye una buena referencia de la mezcla de artesanía y técnica  necesarias para fabricar componentes tan pequeños con ese nivel de precisión.
Cómo podían fabricar con este nivel de exigencia con la tecnología disponible hace 100 años y  que siga funcionando a la perfección hoy es un misterio a la altura de la construcción de las pirámides de Egipto.


La mejor tecnología de la época

Este Longines Extra es, además, un compendio de la mejor tecnología disponible en el momento.



Estamos ante un movimiento de 12.92 líneas  (27mm de anchura), con segundero a las seis, 18.000 alternancias por hora y una reserva de marcha de 38 horas. Dispone de espiral Breguet, volante bimetálico con tornillos de compensación y rubíes engastados en chatones de oro.
El recuento de rubíes sube a la poco habitual cifra de 21, pero no aparece reseñado en ningún lugar del calibre lo que es raro si tenemos en cuenta que un número de joyas elevado solía indicar una máquina de grado superior. Tampoco hace referencia al número de ajustes realizados en fábrica también característico de las máquinas de superior calidad. La supresión de ambas menciones era normal si la máquina iba destinada a ser exportada a mercados que, como el americano, gravaban con impuestos especiales las terminaciones que podían competir con sus relojes de grado ferroviario.

Al margen de este hecho, la máquina tiene una gran calidad y es un muestrario de la mejor tecnología disponible en la época.

El ajuste de la marcha

Uno de los aspectos más importantes y complejos en un reloj mecánico es el ajuste de marcha para conseguir un nivel óptimo de precisión.
Particularmente, en un reloj de pulsera la influencia del movimiento, los cambios de posición y temperatura, los golpes y vibraciones y un largo etcétera son aspectos que influyen en el desempeño del reloj alterando su funcionamiento.



Una de las formas de regular la marcha de un reloj es actuando sobre la longitud de la espiral que viene a cumplir la misma función que el péndulo en un reloj de pared. Para ello, el relojero puede modificar la posición de la raqueta moviéndola hacia el lado oportuno.
Si alargamos la espiral las oscilaciones del volante serán más largas y el reloj atrasará y si la acortamos las oscilaciones del volante serán más cortas luego irá más rápido y adelantará.



Tornillos de compensación

El volante cuenta además con 16 tornillos de oro macizo alojados en la llanta cuya función también es la de regular la marcha del reloj.


La posición de los tornillos respecto al eje central del volante altera sus oscilaciones de tal  forma que si se acerca el peso al centro de gravedad, apretando los tornillos, el reloj adelanta y si se aleja, aflojándolos, el reloj atrasa.

La espiral Breguet

Inventada por A. Breguet en 1795, cuenta con una última vuelta que se eleva por encima del plano de la espiral lo que permite un movimiento concéntrico de la misma.


De esta forma las oscilaciones del volante, 18.000 veces por hora en este caso, se desarrollan de forma totalmente concéntrica a su eje de giro ganando en precisión y disminuyendo el desgaste de su eje.

Rubíes engastados en chatones

Los rubíes hacen de cojinete antifricción y en ellos se alojan los ejes de las diferentes ruedas que conforman el mecanismo. Al principio, el corte y pulido de los mismos era una tarea compleja y podía ocurrir que sus orificios no quedaran perfectamente orientados para alojar el eje de las ruedas. Para subsanar este problema se engastaban en chatones de oro rodeados de tornillos lo que permitía una acomodación optima de los orificios.


Posteriormente, cuando las técnicas de corte y pulido se perfeccionaron ya no era necesario el uso de esta técnica, pero algunas marcas seguían haciéndolo como un distintivo de calidad.
En el caso de este Longines la función de los chatones es más bien decorativa porque en el otro extremo del eje, que los clientes nunca verán, se ha optado por una solución más sencilla aunque no menos efectiva como podemos apreciar en la siguiente imagen.


 

Volante bimetálico

Sin embargo, aunque el reloj saliera perfectamente ajustado de fábrica, existen circunstancias que afectan a su funcionamiento que no se pueden controlar.
Una de ellas son los cambios de temperatura puesto que cada grado de diferencia puede alterar la marcha del reloj entre 11 y 13 segundos cada 24 horas y, a medida que la diferencia de temperatura se incrementa, el adelanto o retraso puede llegar a ser de varios minutos cada 24 horas.

La razón es que cuando la temperatura sube la espiral aumentará su longitud haciendo que el reloj atrase y si la temperatura baja la acortará haciendo que adelante.

Para compensar esta circunstancia el inglés Hardy inventó el volante compensado a temperatura en el año 1804.


Como su nombre indica, la llanta del volante está formada por dos materiales diferentes, siendo su parte externa de latón y la interna de acero. Como los dos materiales tienen diferentes coeficientes de dilatación térmica su comportamiento será diferente cuando varíe la temperatura.


El volante presenta dos cortes en la llanta, de forma que al subir la temperatura el mayor coeficiente de dilatación del latón hará que el volante se doble hacia dentro con lo que se acercará masa a su centro de gravedad y las oscilaciones serán más rápidas. Por eso hay más tornillos en la zona cercana al corte porque ahí la deformación será mayor.  
De esta forma se compensa el atraso producido por el aumento de longitud de la espiral.

Si la temperatura disminuye se producirá el efecto contrario ralentizando la marcha del reloj y compensando el adelanto producido por la disminución de longitud de la espiral.


 La "alargascencia" programada

En un tiempo en el que los productos salen ya desde el mismo momento de su diseño con una fecha de caducidad  en la que se volverán inútiles, inservibles o irreparables objetos del pasado como este reloj adquieren una relevancia especial.




El único objeto que usaron tus abuelos, que usaras tú y que podrán disfrutar tus nietos dentro de otros 100 años.
 

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